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Escribir para mejorar el estado de ánimo

Escribir sobre nuestros pensamientos y emociones nos hace bien, nos ayuda a superar nuestros dolores y mejora nuestra calidad de vida.

Escribir es una saludable tarea. Las palabras traen más palabras, los pensamientos se enlazan con la emoción y algo cambia.

Escribir es plasmar algo que llevamos dentro, sacarlo fuera de nosotros, hacia el mundo, y materializarlo sobre un papel mediante unos signos, que otros podrán entender: es comunicarnos.

Efectos terapéuticos de la escritura:

  • Ayuda a organizar nuestro discurso interno
  • Ayuda a enfrentarnos a temores futuros
  • Ayuda a recordar
  • Ayuda a contarnos de nuevo a nosotros mismos hechos traumáticos desde un punto de vista diferente
  • Alimenta la creatividad, por tanto, la búsqueda de soluciones nuevas ante viejos problemas
  • Ayuda a redefinir nuestra historia: quienes somos, de dónde venimos, qué queremos…
  • A veces la escritura es muy útil en despedidas que no se llegaron a poder realizar, por ejemplo ante una muerte inesperada de un ser querido.

Escribir nos permite entendernos mejor a nosotros, y entender mejor el mundo que nos rodea.

Escribir es una forma de curar el alma, una forma de catarsis, de poder liberar a veces, emociones que quedaron atrapadas en el pasado o el silencio, y encuentran aquí su vía máxima de expresión, una vía terapéutica.

La escritura terapéutica ayuda a elaborar vivencias traumáticas

Entrevista a James Pennebaker, profesor de psicología de la Universidad de Texas. Experto en el poder reconstructivo de la escritura.

«Desde 1979 venimos estudiado cómo las personas enfrentan situaciones traumáticas dolorosas a través de la escritura expresiva. Comenzamos pidiendo a un grupo de estudiantes universitarios que escribieran sobre sus vivencias personales más dolorosas, y descubrimos que aquellas que se habían mantenido en secreto tenían mayor potencial de enfermar. Entonces, invitamos a las personas a nuestro laboratorio a contarnos anónimamente estos secretos», comienza diciendo Pennebaker.

«Con el tiempo y la ayuda de decenas de investigaciones que, desde entonces, se realizaron en el mundo entero, hoy sabemos que la escritura expresiva provoca una serie de efectos en cascada sobre la salud física: estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial, reduce el consumo de alcohol y fármacos. Además, reordena el pensamiento, promueve la conexión con los otros y disminuye las crisis depresivas. Parece mágico.»

– ¿Cómo se explica esa magia? ¿Basta con relatar un hecho traumático para que su poder destructivo ceda?

– Cuando nuestras primeras investigaciones alcanzaron estado público, yo funcionaba como un imán que atraía a personas que se me acercaban para contarme sus vivencias traumáticas. Los escuchaba suponiendo que eso los aliviaría, pero al año siguiente volvían a encontrarme, el relato no era muy distinto y su estado de salud tampoco había mejorado. Entonces, aprendí que contar la misma historia, una y otra vez, no es necesariamente terapéutico. Una de las condiciones de la escritura expresiva es que movilice las emociones involucradas, en un proceso de reconstrucción del hecho traumático.

– ¿Qué sucede en el psiquismo para que la escritura se convierta en un proceso potencialmente terapéutico?

– Escribir cambia la forma en que la gente piensa y organiza su mundo interno; exige detenerse sobre la experiencia, reevaluar sus circunstancias, hasta que se alcanza una nueva representación en el cerebro. Es un proceso que implica reinscribir las emociones en un nuevo formato. Sus efectos, especialmente en el terreno de la salud, no siempre son permanentes: es como tomar un analgésico, con efecto en el corto plazo.

– ¿Cuáles son las consignas por respetar para que la escritura sea eficaz en la elaboración de tragedias, personales o colectivas?

– Las experiencias traumáticas atraviesan una fase inicial, que dura entre tres y cuatro semanas, durante la cual las personas piensan y hablan todo el tiempo sobre el hecho. En este período de emergencia que sigue al desastre, es como si autogestionaran un sistema terapéutico que no requiere la intervención de profesionales de la salud. Numerosas experiencias han demostrado que, durante esta fase, no es positivo aplicar la escritura terapéutica.

Personalmente estuve involucrado en dos estudios que fueron un gran fracaso. Uno de ellos fue con mujeres que estaban terminando su terapia de radiación contra un cáncer de mama. Como asistían diariamente al centro médico, les pedimos que escribieran sobre su experiencia. Sus escritos hacían un ejercicio de anticipación sobre una situación que no tenían ni idea de cómo se desarrollaría. De hecho, más de un tercio de estas mujeres al terminar el tratamiento estaban deprimidas, y la escritura no las había ayudado.

Es importante respetar este primer período antes de proponer este tipo de intervención, ya que sus efectos, si no, pueden ser negativos. Le sigue una fase durante la cual las personas ya no están tan dispuestas a compartir las historias de los otros y se mantienen concentradas en la propia. Y, finalmente, una tercera fase en la que sí son importantes y muchas veces necesarias las intervenciones como la escritura expresiva, que ayuda a elaborar y ordenar internamente la experiencia dolorosa.

Sin embargo, yo no propongo a la escritura expresiva para suplantar una psicoterapia; es una práctica complementaria. Yo recomiendo a quienes atraviesan una situación dolorosa o crítica que se sienten a escribir quince minutos diarios, durante cuatro o cinco días.

La escritura expresiva tiene el potencial de ayudar a las personas a convertirse en terapeutas de ellas mismas.

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