Abrazar el dolor, abrazar el miedo

Nos pasamos la vida intentando evitar las sensaciones que consideramos «malas» o desagradables: el dolor, la pena, la soledad, la tristeza… cuando la única opción que tenemos es abrazarlas. Dejarlas estar, sentirlas plenamente. Abrazar el dolor para superar el dolor. Abrazar el miedo para superar el miedo.

Los maestros espirituales siempre insisten en este punto. Te dejamos las palabras de varios, que cada uno con su estilo explican el mismo concepto.

Jeff Foster

Ayer creíste estar despierto. Pero hoy te diste cuenta que habían oleadas de dolor, miedo, cansancio, soledad, aburrimiento, pena o frustración surgiendo en ti, sin previo aviso. Amigo, estas no son ningún enemigo ni tampoco ningún signo de tu fracaso, sino viajeros exhaustos, anhelando la íntima calidez de tu presencia. No ignores a tus visitantes, no te distraigas con comida, internet, drogas, compras o con el próximo «subidón» espiritual. Recuerda tu compromiso original de encontrarte con la vida bajo sus propios términos. Tómate el tiempo de recibir a estos visitantes, estas partes de ti mismo que habías ignorado, contáctate con ellas a través de tu cuerpo para que puedas darles vida en donde quiera que aparezcan. La Resurrección está muy cerca.

No te olvides de ti mismo cuando más te necesitas. Rompe el ciclo de abuso justo en donde comenzó. Abraza el dolor, el miedo, la soledad como abrazarías a tu hijo recién nacido. Los visitantes no se quedarán para siempre, tampoco se irán cuando tú digas, porque son anteriores al libre albedrío o a la ausencia de éste. Los visitantes desean tu presencia, desean ser vistos como olas en la inmensidad de tu océano, no como amenazas para la consciencia, sino expresiones de la consciencia.

A las sensaciones hormigueando, ardiendo, danzando en tu estómago, pecho, garganta, susúrrales: «Estoy aquí. No las abandonaré. Hay dignidad en su danza, mis pequeñas…»

Ajahn Sumedho

La cesación del sufrimiento es fácil de comprender a nivel intelectual, pero darse cuenta de ello puede ser bastante difícil, porque conlleva convivir con lo que no podemos soportar.

Por ejemplo, cuando empecé a meditar, tenía la idea de que la meditación me haría más amable y feliz, y esperaba experimentar estados mentales dichosos. Pero nunca en mi vida había sentido tanto odio e ira como sentí durante esos meses. Pensé: «esto es terrible; la meditación me ha hecho peor».
Entonces contemplé por qué había tanto odio y aversión apareciendo, y me di cuenta de que la mayor parte de mi vida había sido un intento de huir de todo aquello. Solía ser un lector compulsivo. Tenía que llevar libros conmigo adonde quiera que fuese. Siempre que el miedo o la aversión empezaban a acecharme, sacaba mi libro y leía; o fumaba, o me ponía a comer algo. Tenía una imagen de mí como de buena persona que no odiaba a la gente, así que cualquier indicio de aversión u odio era reprimido.

Esta es la razón por la cual, durante mis primeros meses de monje estaba tan desesperado por encontrar cosas que hacer.  Estaba intentando buscar algo con lo que distraerme porque con la meditación había empezado a recordar todo lo que deliberadamente intentaba olvidar: Recuerdos de la infancia y la adolescencia surgían sin parar en mi mente; esta ira y odio se volvieron tan conscientes que parecían abrumarme. Pero algo dentro de mí empezó a reconocer que tenía que soportar esto, así que seguí hasta el final. El odio y la ira que habían sido reprimidos en treinta años de vida alcanzaron la cumbre entonces; se apagaron y cesaron por medio de la meditación.  Fue un proceso de purificación.

Para que este proceso de cesación funcione, debemos estar dispuestos a sufrir. Esta es la razón por la cual hago hincapié en la importancia de la paciencia. Tenemos que abrir nuestras mentes al sufrimiento porque es abrazando el sufrimiento cuando el sufrimiento cesa. Cuando nos damos cuenta de que estamos sufriendo, física o mentalmente, conviene mirarlo. Nos abrimos completamente a él, le damos la bienvenida, nos concentramos en él, le dejamos ser lo que es. Eso significa que debemos ser pacientes y soportar el desagrado en un momento concreto. Tenemos que aguantar el aburrimiento, la desesperación, la duda y el miedo para poder entender que cesan, en vez de huir de ellos.

Fragmento del libro «Las Cuatro Nobles Verdades»

Thich Nhat Hanh

Cuando elimines la represión y los bloques de dolor afloren, tendrás que sufrir un poco. No hay modo de evitarlo. Por eso el Buda dijo que has de aprender a abrazar el dolor. De ahí que la práctica de ser consciente sea tan importante. Generas una intensa fuente de energía para poder reconocer y abrazar estas fuerzas negativas y cuidar de ellas. Y ya que el Buda está en ti como la energía de ser consciente, invitas al Buda a surgir y a ayudarte a abrazar los nudos interiores. Si éstos no quieren aflorar, los convences para hacerlo. Después de ser abrazados durante un tiempo, volverán al sótano y se convertirán en simientes de nuevo.
Por ejemplo, el Buda dijo que todos tenemos la semilla del miedo, pero la mayoría lo reprimimos y lo encerramos en la oscuridad. Para ayudamos a identificar, abrazar y observar profundamente las semillas del miedo, nos ofreció la práctica de los Cinco Recordatorios:
1. Mi naturaleza es la de envejecer. No puedo huir de la vejez.
2. Mi naturaleza es la de enfermar. No puedo huir de la enfermedad.
3. Mi naturaleza es la de morir. No puedo huir de la muerte.
4. La naturaleza de todas las cosas y personas es la del cambio. No hay manera de evitar separarme de ellas. Nada puedo conservar. Vine al mundo con las manos vacías y lo abandonaré del mismo modo.
5. Mis acciones son las únicas y verdaderas pertenencias que tengo. No puedo huir de las consecuencias de mis acciones. Ellas son el suelo en el que me apoyo.
Cada día hemos de practicar de esta forma, dedicando algunos minutos a contemplar cada ejercicio mientras seguimos nuestra respiración.
Practicamos los Cinco Recordatorios para que la semilla del miedo circule. Hemos de invitarla a aparecer para reconocerla y abrazarla. Y cuando se sumerja de nuevo, se habrá vuelto más pequeña.
Los 5 recordatorios, «La Ira»
 

La liberación

Abrazamos nuestros sentimientos con ternura y sin violencia. De este modo bastan unos pocos minutos para apaciguarlos y que logremos cierto alivio. Como practicantes, debemos ser capaces de reconocer, abrazar y aliviar nuestro sufrimiento. Pero si eres principiante y no te basta con la energía de tu plena consciencia, para reconocer y abrazar el sufrimiento, deberás pedir ayuida a un amigo.

A los pocos minutos de verse reconocida y abrazada, remitirá la zona de energía del sentimiento y te liberarás de la presa del miedo o del dolor.

Eckhart Tolle

La mayor parte del dolor humano es innecesario. Lo crearás tú mismo mientras la mente no observada dirija tu vida. El dolor que produces en el ahora siempre surge de una falta de aceptación, de una resistencia inconsciente a lo que es.
Como pensamiento, la resistencia es un juicio de algún tipo. Como emoción, es algún tipo de negatividad. La intensidad del dolor depende del grado de resistencia al momento presente y ésta, a su vez, depende de lo fuerte que sea tu identificación con la mente. La mente siempre trata de negar el ahora y de escapar de él.
En otras palabras: cuanto más te identificas con tu mente, más sufres. O puedes decirlo de este otro modo: cuanto más capaz seas de valorar y aceptar el ahora, más libre estarás del dolor y del sufrimiento, más libre de la mente egotista.
Algunas enseñanzas espirituales afirman que, en último término, todo dolor es ilusorio. Eso es cierto, pero la cuestión es: ¿es esta afirmación verdadera para ti? El mero hecho de creerla no hace que sea verdad. ¿Quieres seguir experimentando dolor el resto de tu vida y continuar diciendo que es una ilusión? ¿Te liberas así del dolor? Lo que nos importa aquí es cómo plasmar esa verdad, cómo hacerla real en tu propia experiencia.
El dolor es inevitable mientras sigas identificándote con tu mente, es decir, mientras sigas siendo espiritualmente inconsciente. Me refiero básicamente al dolor emocional, que también es la principal causa del dolor físico y de las enfermedades físicas. El resentimiento, el odio, la autocompasión, la culpabilidad, la ira, la depresión, los celos, e incluso la menor irritación…, todos ellos son formas de dolor. Y cada placer o cumbre emocional contiene dentro de sí la semilla del dolor: su opuesto inseparable, que se manifestará con el tiempo.
Cualquiera que haya tomado drogas para sentirse «mejor» sabe que después de la subida viene la bajada, que el placer se convierte en algún tipo de dolor. Muchas personas saben también que las relaciones íntimas pasan rápidamente de ser una fuente de placer a convertirse en una fuente de dolor. Vistas desde una perspectiva superior, las polaridades positiva y negativa son las dos caras de la misma moneda, y ambas forman parte del dolor subyacente, inseparable del estado de conciencia del ego en el que te identificas con la mente.
Tu dolor tiene dos niveles: el dolor que creas ahora y el dolor del pasado que aún vive en tu cuerpo y en tu mente.
Mientras no seas capaz de acceder al poder del ahora, cada dolor emocional que experimentes dejará tras de sí un residuo de sufrimiento que vive en ti. Se mezcla con el dolor del pasado que ya estaba allí, alojándose en tu cuerpo y en tu mente. Y aquí se incluye, por supuesto, el dolor que sufriste de niño, causado por la inconsciencia del mundo en el que naciste.
Este dolor acumulado es un campo de energía negativa que ocupa tu cuerpo y tu mente. Si lo consideras una entidad invisible por derecho propio, te acercas bastante a la verdad. Se trata del cuerpo-dolor emocional.
[…]

El cuerpo-dolor no quiere que lo observes directamente y lo veas como es. En el momento que lo observas, en cuanto sientes su campo energético dentro de ti y llevas tu atención hacia él, la identificación se rompe.
Ha aparecido una dimensión superior de conciencia. Yo la llamo presencia. Ahora eres el testigo u observador del cuerpo-dolor. Esto significa que ya no puede usarte pretendiendo ser tú, ya no puede alimentarse a través de ti. Has encontrado tu mayor fuerza interior.
[…]
El cuerpo-dolor puede parecerte un monstruo peligroso que no te atreves a mirar, pero te aseguro que es un fantasma insustancial incapaz de prevalecer ante el poder de tu presencia.
Cuando te conviertes en el observador y empiezas a dejar de identificarte, el cuerpo-dolor sigue operando durante cierto tiempo e intenta engañarte para que vuelvas a identificarte con él. Aunque ya no le das energía mediante la identificación, tiene cierta inercia, como una rueda que continúa girando aunque no esté recibiendo impulso. En este estadio puede crear tensiones en distintos puntos del cuerpo, pero no durarán.
Mantente presente, mantente consciente. Sé el guardián siempre atento de tu espacio interno. Tienes que estar lo suficientemente atento como para observar el cuerpo-dolor directamente y sentir su energía. Entonces no podrá controlar lo que piensas.
No olvides que en cuanto tu pensamiento se alinea con el campo energético de tu cuerpo-dolor, te identificas con él y vuelves a alimentarlo con tus pensamientos. Por ejemplo, si la vibración energética predominante del cuerpo-dolor es la ira y cultivas pensamientos iracundos en los que te repites lo que alguien te hizo y cómo le vas a responder, entonces te has vuelto inconsciente y el cuerpo-dolor se ha convertido en «ti». Debajo de la ira siempre hay dolor.

Fragmento del libro El poder del ahora

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