Para entender lo que trabajamos en el clown podemos decir que es la búsqueda de un personaje que nace de nosotros mismos.
Donde co-existen tres elementos: El yo no-cotidiano (el yo íntimo y sincero que no tiene miedo al ridículo y ni al rechazo social), el yo que esta relacionado con el juego de nuestro niño interior, y por último, la técnica teatral de actuación, que, o se tiene o se va aprendiendo.
Las cualidades del clown son su ternura, su ingenuidad, su fragilidad, su vulnerabilidad, su humanidad. No hay clown sin esta base. Para ello debemos dejar de lado nuestro yo-adulto, nuestra mascara social, nuestra mente racionalista. Aprendiendo el sentido del ridículo nos convertimos en adultos.
Valoramos mas “el que dirán” que el ser espontáneos con la demostración de nuestras emociones. Si vemos un niño por la calle, es muy posible que cante, hable solo, juegue con amigos imaginarios, en ningún momento nosotros pensaremos que esta loco. Aceptamos que un niño pueda cantar con voz alta una canción porque esta feliz. Sin embargo, un adulto en esa misma demostración, caerá en las redes de nuestros juicios: “Que ridículo” “Debe estar loco” y cosas parecidas.
A cierta edad un niño, ya cuando se va acercando la adolescencia, encontrará en su vida una persona o varias, que le dirán lo que esta bien para su edad y lo que esta mal. Un amigo, que recibió las lecciones anteriormente a él, un familiar, un vecino, etc, se ocuparán de hacerle ver que una risa demasiado estentórea, una forma de sentarse, un canto espontáneo, son ridículos y no corresponden a su edad. A partir de ahí el niño (nosotros) se cuidará de no poner ciertos gestos, de no cantar solo, de que tipo de risa manifestará en una reunión, de cómo caminar, de no demostrar demasiado interés a una persona a la que le guste o quiere ser amigo etc etc.
Sumado a todos los bloqueos inconscientes que supimos almacenar durante nuestra niñez, nos encontramos al final con un adulto lleno de prejuicios sobre si mismo. Una persona incapaz de ser espontánea, de demostrar una emoción, de cantar a viva voz si esta feliz o alegre, de abrazar a otro ser humano al que le tiene simpatía que acaba de conocer, o hasta a veces, a uno que conocemos hace un tiempo. De decir lo que siente en cualquier situación. De poder expresar su sentir y pensar con educación y respeto ante una situación agradable o tensa. De no actuar sin racionalizar cualquier acto, hasta el mas insignificante.
Se puede decir, sin ser exagerado, que todas nuestras neurosis y nuestro stress de la vida cotidiana se basa en este tipo de complejos.
Nos llevamos a casa nuestros problemas con el jefe o un compañero de trabajo, o al revés, lo que no podemos hablar con nuestra pareja o con algún miembro de nuestra familia, lo guardamos dentro de nuestra cabeza sin encontrar un lugar donde expresarlo. Y lo peor es que no sabemos donde dejar nuestro veneno emocional, seguimos dialogando incesantemente con nosotros mismos, justificándonos una y otra vez.
¿Cuantas veces una palabra, un pedir perdón, un abrazo, solucionan todo un día de enojo o depresión? Luego nos sorprendemos cuando nos anuncian una enfermedad, una ruptura emocional o tenemos un accidente. Nuestros juicios nos crean la sensación de sentirnos importantes, porque “tenemos la razón y los otros no la tienen”. Nos alejamos cada vez mas de nuestro corazón, de nuestro sentir, del fluir de la vida, de la no-aceptación de lo que ES.
Mientras un hombre siente que lo más importante del mundo es él mismo, no puede apreciar verdaderamente el mundo que lo rodea. Es como un caballo con anteojeras: sólo se ve a sí mismo, ajeno a todo lo demás.
Don Juan Matus, de los libros de Carlos Castaneda
La búsqueda de nuestro clown significa romper con el yo-cotidiano y conectarnos nuevamente con nuestro corazón. Recuperar la mirada de asombro ante la magia de la existencia, borrando nuestros juicios acerca de ella, de nosotros mismos y los demás.
Cuando hacemos clown nos ponemos en ridículo a propósito, si somos sinceros en nuestra entrega, el público reirá. Por un lado una persona que se atreve a hacer el “ridículo” en escena o ante sus compañeros de taller, demuestra un profundo amor hacia si mismo, una completa aceptación, un reírse de la seriedad de la vida cotidiana y del adulto de hoy en día. Un tomarse menos en serio. Una aceptación de lo que hay, de lo que soy. “Mirad que hermosa barriga tengo” puede ser el subtexto de un clown regordete que usa una camiseta corta hasta el ombligo, “Mirad que espectacular nariz me ha dado la naturaleza” lo mismo podría decir un narigón.
No solo de cosas físicas se puede reír un clown de si mismo, también puede mostrarnos su lado chulo, su excesiva sensibilidad, su mal humor, su razonamiento incongruente, su ridícula sensualidad, su clásico despiste, su desbordante entusiasmo por cosas normalmente sin importancia etc. Todo esto deberá siempre tener una base de ternura e ingenuidad para que sea divertido y aceptado por el público.
Pero lo que nos interesa aquí es: si una persona llega al nivel de reírse de su “locura”, de su sombra, de las razones de su stress, de sus problemas de pareja, trabajo, dinero. Si llega a aceptarse incondicionalmente como es, a mostrar sus “defectos” en publico ¿Podríamos decir que ha logrado su licenciatura como persona sana y feliz?
No estoy diciendo que la persona resolvería sus problemas o que no tenga momentos de caída como todo el mundo, pero sin duda estaríamos cerca de lograr que un ser humano pueda tomar una cierta distancia de sus conflictos y poder manejarlos de otra forma.
Con humor, una sonrisa y con la frente y mirada puesta en el horizonte.
Autor: Ignacio Maffi
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