Tras respirar, beber agua y dormir, comer es una necesidad física imprescindible para que nuestro cuerpo pueda funcionar y sobrevivir. De hecho, desde que estamos en el vientre materno, comemos. Después, tras el parto, nuestra madre nos amamanta, obteniendo de su leche los nutrientes necesarios para crecer y desarrollarnos. Tras esta etapa inicial en la que dependemos de nuestros seres queridos para comer, somos más independientes y autosuficientes abarcando más alimentos en nuestra dieta. Como el resto de los seres vivos que habitan en este planeta, comemos habitualmente para que nuestro organismo pueda vivir. El fin primordial y natural del acto de comer es nutrir a nuestro cuerpo para que utilice los nutrientes de los alimentos que hemos consumido para su correcto funcionamiento y la formación de su propia estructura orgánica. Todo lo que se distancie de esta norma universal de la Naturaleza nos perjudica en mayor o menor medida.
Si observamos a los animales en la Naturaleza, es decir, libres del dominio e influencia de los seres humanos inconscientes, nos damos cuenta que comen para vivir. Su instinto innato, no pervertido ni manipulado, les empuja a elegir alimentos acordes a sus adaptaciones biológicas y a comer para nutrirse. Su fidelidad al fin supremo de comer y al resto de hábitos naturales, les garantiza el mantenimiento de su salud potencial.
La gran mayoría de los seres humanos estamos muy distanciados de la disciplina natural de ser fieles a nuestra herencia biológica.
Desde que nacemos sufrimos la influencia y la programación de nuestro entorno perjudicando nuestra esencia natural. La mayoría de las personas hemos sufrido una educación manipuladora y antinatural a nivel físico, emocional y espiritual por parte de nuestros seres queridos, los cuales también sufrieron el mismo proceso, grupos religiosos e instituciones gubernamentales, que ha condicionado tanto nuestra mente que nos guiamos por unas creencias insanas e irracionales, de tal forma, que este instinto básico queda alterado hasta tal punto que ya no nos guiamos por el mismo para elegir los alimentos de nuestra dieta.
Cadáveres de todo tipo de animales (vacas, pescado, aves de corral, cerdos, conejos, gatos, serpientes, perros, tiburones, etc.) en forma de filetes, embutidos, quesos, yogures, huevos, pasteles, bollería, son los alimentos que conforman las dietas de la mayoría de las personas, sobre todo, aquellas que viven en los países occidentales. Dichos alimentos animales son mezclados con sal, mantequilla, azúcar refinada, aceite y todo tipo de aliños. Comidos en cantidades excesivas y en combinaciones incompatibles que no respetan las capacidades digestivas de nuestro organismo. Las verduras y frutas frescas y crudas están en un segundo plano. A todo esto hay que unir las bebidas que acompañan las comidas que suelen ser desde refrescos cargados de minerales inorgánicos, alcaloides, azúcar refinada, ácido fosfórico, cafés, tes y bebidas alcohólicas. Este tipo de dieta ha provocado que tenga 1/3 más de grasa, 1/5 menos de carbohidratos, niveles de fibra muy bajos, un porcentaje muy alto de sal, azúcar refinada, alcaloides, pesticidas y residuos tóxicos, niveles de proteína y colesterol excesivos que superan peligrosamente las recomendaciones oficiales.
Tras años y años así, nuestra salud se va deteriorando y nuestras elecciones en cuanto la comida distan mucho del instinto natural que teníamos cuando todavía nuestra mente estaba limpia de conceptos, prejuicios, heridas emocionales y creencias contraproducentes. Ahora comemos por multitud de razones, la mayoría de ellas perjudiciales para nuestro bienestar:
- Costumbres- educación. Como ya hemos mencionado la educación y las costumbres nos condicionan a la hora de elegir los alimentos. Hay costumbres gastronómicas muy arraigadas que las perpetuamos aunque la evidencia científica y el sentido común clamen por su desaparición. Comemos lo que comemos porque así lo hemos hecho siempre y la gente también hace lo mismo sin preguntarnos si es bueno para nosotros. Hay países que tienen como costumbre comer mucha carne, atiborrarse a dulces, a embutidos; en otros, empiezan el día con un desayuno opíparo, etc. Cuando llegan determinados eventos festivos nos aferramos a las costumbres establecidas desde tiempos lejanos aunque sea obvio que nuestra salud se resentirá. Aceptamos y valoramos más las adaptaciones culturales que a las biológicas. Vemos como normal comer de determinadas maneras, ciertos alimentos y en ciertos lugares. Bares, restaurantes, establecimientos de comida rápida, han conquistado nuestros platos y nuestras mentes. No somos conscientes, pero, en realidad, la ironía es que pagamos dinero por comprar y consumir sustancias, productos y recetas que nos intoxican, deterioran nuestra salud y nos mantienen en el abismo de la ignorancia.
- Ignorancia generalizada. En el campo de la nutrición la ignorancia es la norma, y, además, esta ignorancia tan generalizada provoca el efecto opuesto. Cuánto más ignorante es la persona sobre la alimentación más se siente con el derecho de predicar y justificar su forma de comer criticando a los demás. Esta ignorancia predominante es fomentada por los intereses comerciales y por la medicina oficial no exenta de las influencias y directrices de la economía global. La ignorancia provoca que nos apeguemos más a nuestros hábitos insanos y renunciemos a la luz del conocimiento. La costumbre y la reiteración de comer ciertos alimentos insanos provoca que el cuerpo se adapte para conservar energías y así poder soportar lo mejor que pueda la intoxicación procedente de su consumo. Esto conduce a la degeneración orgánica, la cual, ante los ojos de la ignorancia se ve normal y se buscan sus causas en otros factores como la edad, el sexo, el estrés, etc. Como además estamos inmersos en una dinámica muy estresante, antinatural y trepidante, no nos interesa ni nos apetece salir de la ignorancia porque tenemos problemas más importantes: el trabajo, la hipoteca, los hijos, la pareja, las vacaciones, el coche, etc. La sociedad actual nos empuja a la oscuridad y a la desconexión con nuestra esencia natural.
- Identificación con la comida. Los seres humanos tendemos a identificarnos y definirnos con multitud de cosas, entre ellas, la comida. Cuando nos definimos por lo que comemos nuestros estados de ánimo fluctúan y se resiente nuestra autoestima porque no siempre vamos a comer perfectamente. Si comemos tal cosa somos buenos y si no lo hacemos somos malos. Esto crea una exigencia muy grande que la mayoría de las ocasiones provoca atracones de comida, sentimientos de culpabilidad, consumiendo aquellos alimentos que identificamos como malos o prohibidos. Si como todo crudo estoy sano y feliz pero si como alimentos cocinados soy malo y me siento culpable. Estos pensamientos distorsionados es interesante cambiarlos por unos racionales: “Porque mi dieta no sea perfecta siempre y no sea capaz de comer totalmente sano, no por ello soy peor persona y no pueda tener un nivel de salud óptimo para mi bienestar”. No hay alimentos buenos o malos; o alimentos prohibidos, esas etiquetas provienen de prejuicios, creencias y exigencias contraproducentes. Hay alimentos más sanos que otros para la salud humana pero mi autoestima y mi autoconcepto no dependen de lo que coma sino de mis propios pensamientos. Me quiero y me acepto aunque coma peor o coma mejor. Mi felicidad es interna.
- Vínculos emocionales. Dolor y placer. Las empresas de alimentación venden sus productos insanos publicitándonos diariamente intentando crear vínculos emocionales entre sus potenciales clientes. De esta forma, conseguirán que consumamos productos muy tóxicos y antinaturales no porque sean sanos para nosotros sino porque hemos creado un vínculo emocional de placer hacia ellos. Por esta razón contratan a conocidos y afamados actores, actrices, músicos y deportistas consumiendo sus productos, que, por cierto, la mayoría de las ocasiones ni ellos mismos los consumirían, para crear en la mente del cliente potencial un vínculo emocional de placer y, así, cuando vaya al supermercado, elija, casi automáticamente tal producto porque le hace sentir muy bien y lo asocia a tal deportista de élite o a tal actriz maravillosa. No solo la publicidad crea vínculos emocionales sino también nosotros mismos. Cuando nos sentimos felices y dichosos muchas veces nos premiamos con ciertos alimentos y productos con los que asociamos placer, como por ejemplo, el día de nuestro cumpleaños tomamos tarta, pasteles, bombones, etc. O cuando hemos conseguido algo importante para nosotros o nos han dado una buena noticia, solemos comer alimentos con los que vinculamos alegría.
Cuando nos sentimos vacíos emocionalmente por ejemplo ante una pérdida afectiva y no somos capaces de afrontar el dolor emocional que producimos, intentamos llenar dicho vacío con la comida. Cuando tenemos mucha ansiedad y estrés para calmarnos muchas veces optamos por comer aunque realmente no tengamos hambre. Los carbohidratos complejos como las patatas fritas, pan blanco, todo tipo de cereales refinados, suelen ser los alimentos elegidos para calmarnos porque su consumo provoca que el cuerpo segregue ciertas hormonas que nos calman como por ejemplo la seratonina. Anestesiamos el dolor comiendo. Si tenemos mucha necesidad de ser amados, solemos consumir muchos dulces pues anhelamos amor, dulzura. Si estamos muy hiperactivos, solemos comer alimentos más picantes. Si tenemos miedo a que nos rechacen, podemos poner una barrera ante el mundo engordando por lo que comeremos excesivamente. Si vivimos una etapa muy mental, donde la queja y la preocupación nos invaden, tendemos a comer alimentos más densos para bajar de energía y conectarnos con la tierra. Todas estas pautas nos perjudican y podrían evitarse su fuéramos capaces de utilizar las herramientas psicológicas que disponemos de forma natural. Claro está, que después de tantos años con estas pautas insanas nos es fácil cambiarlas, requieren dosis de paciencia, control, esfuerzo y compasión hacia uno mismo.
Como Droga. Los seres humanos buscamos más evitar el dolor que buscar placer. Muchas veces utilizamos la comida como una droga para evadirnos de la realidad que nos desagrada y del dolor emocional que sentimos. Algunos de los alimentos que elegimos para ese fin suelen ser: Dulces, helados, bombones, bollos, patatas fritas de bolsa, alimentos enlatados, salados, azucarados, pan blanco, hamburguesas, quesos, embutidos, etc. El consumo de estos alimentos insanos provoca un gasto energético importante en nuestro organismo. Al principio, nos sentimos estimulados pero después hay una depresión energética ante el esfuerzo del cuerpo por digerirlos y eliminar sus toxinas. Tanto la estimulación inicial como la depresión posterior nos sirven temporalmente para evadirnos pero a costa de nuestra salud. Este consumo excesivo de alimentos insanos provoca que nuestra dieta tenga más grasa, menos carbohidratos, niveles de fibra muy bajos, un porcentaje muy alto de pesticidas y residuos tóxicos, niveles de proteína y colesterol excesivos que superan peligrosamente las recomendaciones oficiales. Sería importante realizar un trabajo interior con la finalidad de cambiar nuestros criterios o reglas respecto a nuestra felicidad. Muchas veces basamos nuestra felicidad en las cosas materiales y en cosas que no podemos controlar, como, por ejemplo, la reacción y la opinión de los demás, sin darnos cuenta que la felicidad es un estado de conciencia y nuestra autoestima es autónoma y procede de nuestro interior. Enfocarse demasiado en las cosas materiales es alimentar la infelicidad y el estrés porque las cosas externas, materiales son cambiantes e impermanentes. No podemos basar nuestra felicidad en algo que cambia. También respecto al dolor que sentimos muchas veces es porque tenemos unas reglas muy estrictas ante la vida y unas expectativas poco realistas. La decepción es el resultado. Cuando sentimos el dolor en vez de escapar de él, podemos sentirlo y observarlo desde la compasión. Esta consciencia es liberadora y apacigua el dolor.
Somos seres humanos en proceso de aprendizaje y como tales, nos afectan las cosas. Hacemos lo que podemos. Después de toda una vida comiendo de una manera determinada cambiar de la noche a la mañana no es fácil. No nos es suficiente intelectualizar las razones por las que debemos dejar de consumir ciertos alimentos y reaccionar comiendo compulsivamente ante ciertas circunstancias, porque seguimos vinculando placer a comer ciertas cosas y dolor en dejar de hacerlo o comer otros alimentos más sanos. Preferimos el placer inmediato de tomar tal sustancia que al dolor de renunciar a ella. La clave está entonces en cambiar el vínculo interior, es decir, dejar de asociar placer a comer ciertas cosas por un vínculo de dolor.
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