– Las esconderemos en las profundidades de los océanos -decía uno de ellos-.
– Ni hablar -advirtió otro-. El ser humano avanzará en sus ingenios científicos y será capaz de encontrarlas sin problema.
– Podríamos esconderlas en el más profundo de los volcanes -dijo otro de los presentes-.
– No -replicó otro-. Igual que sería capaz de dominar las aguas, también sería capaz de dominar el fuego y las montañas.
– ¿Y por qué no bajo las rocas más profundas y sólidas de la tierra? -dijo otro-.
– De ninguna manera -replicó un compañero-. No pasarán unos cuantos miles de años que el hombre podrá sondear los subsuelos y extraer todas las piedras y metales preciosos que desee.
– ¡Ya lo tengo! -dijo uno que hasta entonces no había dicho nada-. Esconderemos las llaves en las nubes más altas del cielo.
– Tonterías -replicó otro de los presentes-. Todos sabemos que los humanos no tardarán mucho en volar. Al poco tiempo encontrarían las llaves de la Felicidad.
– Esconderemos las llaves de la Felicidad en un lugar en que el hombre, por más que busque, tardará mucho, mucho tiempo de suponer o imaginar…
– ¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?- preguntaban con insistencia y ansiosa curiosidad los que conocían la brillantez y lucidez de aquel dios-.
– El lugar del Universo que el hombre tardará más en mirar y en consecuencia tardará más en encontrar es: en el interior de su corazón.