¿Por qué esperar motivos? La vida tal como es, debería ser suficiente razón para reír. Es tan absurda, es tan ridícula. Es tan hermosa… ¡tan maravillosa! Es todo tipo de cosas al mismo tiempo. Es una gran broma cósmica.
La risa es la cosa más fácil del mundo si la permitís, pero se ha convertido en algo difícil. La gente ríe muy rara vez, y aun cuando lo hace no es una risa verdadera. Las personas ríen como si le hicieran un favor a alguien, como si cumplieran un cierto deber.
La risa es diversión. ¡No es un favor a nadie! Igual que con el amor. También el amor es diversión. La risa es diversión. La vida es diversión. Pero, de algún modo, en la mente ha calado hondo que estáis cumpliendo con un deber.
No se debería reír para hacer feliz a otro, porque si vosotros no sois felices, no podéis hacer feliz a nadie. Simplemente deberíais reír por voluntad propia, y sin que exista un motivo en particular. Si empezáis a analizar las cosas, no seréis capaces de dejar de reír. Sencillamente, todo es perfecto para la risa, no falta nada, pero no lo permitimos. Somos muy mezquinos con la risa, con el amor, con la vida. En cuanto sepáis que se puede dejar de ser mezquinos, pasaréis a una dimensión diferente.
No voy a enumerar todas las propiedades benéficas que nos depara la risa y los estudios científicos que se han hecho en la materia, creo que por todos es conocida. Sabemos entre otras cosas que la risa genera “hormonas de la felicidad” llamadas endorfinas, que eliminan el dolor y el sufrimiento. Es tal el beneficio de la risa que hasta se ha creado una terapia: La risoterapia.
Además del auge de los payasos de hospital que llevan alegría, positividad y esperanza a niños y adultos en una situación difícil de miedo y dolor como es la enfermedad. Una prueba muy dura que solo con una mente positiva podremos superar y no me refiero solamente a su curación. Sino en algunos casos a su aceptación.
En un curso de clown reímos. Nos reímos de la actuación de un compañero, nos reímos en los juegos, nos reímos de nosotros cuando nos equivocamos y cuando se equivocan nuestros compañeros. Nos reímos por el asombro de vernos a nosotros mismos en una situación nueva y “ridícula”. Nos reímos para descargar stress, nos reímos por nerviosismo, por alegría, por la felicidad de vernos jugar nuevamente, por permitirnos jugar siendo adultos.
Pero a diferencia de la risoterapia donde sacar una carcajada, es el medio y el fin, en un curso de clown vamos más allá de la buscada risa. Es un trabajo artístico y de las técnicas más difíciles que pueda haber, y sin querer (o queriendo) vamos hacia la sanación de nuestro niño interior: La aceptación completa de nuestro ser, a través del reírnos de nosotros mismos. Y en esa aceptación, en esa risa, en la capacidad de juego y asombro, vamos creando un personaje que se irá separando de nuestro yo-cotidiano.
Ese personaje tendrá un nombre, una voz, un vestuario, una maleta llena “de sus cosas mágicas y ridículas”, un caminar, una psicología única, una poesía particular y una nariz roja. Un personaje intransferible que solo nosotros conoceremos bien y como nadie podremos interpretarlo.
No todos nos reímos de las mismas cosas. En mi caso me encanta reírme de bromas espontáneas y sinceras. Y si voy al teatro me gusta reírme de un actor o clown que juega y disfruta y emana esa energía hacia los espectadores, mas que la preparación y la búsqueda del chiste o el humor mental.
En la película “Danza con lobos” Kevin Costner habla del humor de los indios muy distinto al de los “cowboys” y soldados norteamericanos. Estos suelen reírse a costa de otros y en esa risa se sienten superiores. Unos son “vencedores” y otros “perdedores y
humillados”. En ese caso la risa es superficial, a veces fingida, sarcástica. Proviene de nuestra idea de sentirnos importantes en una
situación de poder. “Me río porque yo sé y tu no” En cambio los indígenas al igual que los niños o la gente sencilla, el humor viene de la inocencia, de lo absurdo de la vida, y suele generarse en nuestra panza, es una risa a carcajadas, brota espontáneamente y nadie queda humillado. Esta es la risa que sana que hace crecer, que contagia, que no tiene control. Que llega hasta las lagrimas ¿y porque no? Hasta rodar por el suelo. Como don Juan y don Genaro (Otros grandes clowns anónimos) riéndose del pobre “ego” de Castaneda para restarle importancia al “temido” camino del conocimiento Tolteca.
Autor: Ignacio Maffi