Tras muchos años de estudio, Ibrahím era capaz de hablar y discutir sobre cualquier tema que estuviese relacionado con el sentido de la vida. Conocía las últimas teorías científicas acerca del comportamiento de la materia y, además dominaba las verdades reveladas de las diferentes religiones del planeta.
En cualquier reunión en donde Ibrahím se encontrase, todos los presentes comprobaban admirados que dominaba perfectamente el arte de analizar cualquier asunto; sobre todo, si éste se refería a los interrogantes más comunes de la humanidad, que él solía definir como:
¿A dónde vamos?
¿De dónde venimos?
¿Quiénes somos?
Sin embargo, Ibrahím sentía que no había encontrado lo que realmente buscaba. No tenía paz interior y por más libros que leía, sabía que algo sutil e importante faltaba para calmar la sed que su corazón padecía.
Muchas veces se preguntaba: ¿»De qué me sirve haber repasado las bibliotecas más prestigiosas y haber escuchado a los sabios más renombrados, si no me siento conectado con la paz profunda de la que hablan todos los textos»?
Llego un día en el que Ibrahím se dijo: «Iré en busca del Maestro Interior de quien también se dice que se halla en lo más recóndito de mi Ser, para lo cual iniciaré un largo viaje y, a lo largo de las experiencias no casuales que espero vivir en el transcurso del mismo, se revelará lo que busco».
Así que sin pensárselo más, partió hacia el Este en un despejado amanecer de primavera.
A los tres días de viaje, se encontró con un monje derviche que caminaba como él en la misma dirección. Al poco, éste habló y dijo:
¿»Quién eres y adónde te diriges»?
«Yo soy Ibrahím y soy un peregrino que busca el Maestro Interior»
A lo que el derviche contestó
«Yo soy El-Faith y caminaré contigo»
«Pero… ¿Puedes tú ayudarme a encontrar el maestro Interior»? dijo Ibrahim.
A lo que el derviche respondió: «En muchos casos, el encuentro con el Maestro Interior depende de como se transforme el conocimiento teórico en experiencia, y, eso es algo que, a veces y, en parte, puede ser señalado por un compañero».
Al rato llegaron junto a un roble que se balanceaba de manera algo extraña. El derviche se detuvo y a los pocos instantes dijo:
«Mira ese árbol. Parece estar diciendo: Algo me está lastimando, ¡Deteneos un rato y quitadlo de mi costado de manera que pueda encontrar reposo!»
.
«Bah, tenemos prisa», dijo Ibrahím con cierto desdén. «Además, ¿desde cuando los árboles se comunican con los hombres?»
A las pocas horas de camino, el derviche dijo: «Cuando nos encontrábamos cerca del roble creí haber olfateado miel. Puede que la causa de tal olor sea un panal de abejas salvajes construido en un costado del árbol.»
«Si eso fuera cierto», dijo Ibrahím. «Volvamos de prisa para recoger toda la miel que podamos, tal delicioso alimento no sólo servirá para saciar nuestro apetito, sino que también podremos vender parte y paliar los gastos del camino».
Cuando llegaron nuevamente hasta el roble, vieron que otros viajeros habían ya descubierto el panal y estaban gozosos de haber encontrado cantidad tal, como para asegurar largo tiempo de marcha.
Ibrahín refunfuñó confuso y frustrado, pero en vista de lo cual, siguió adelante en el camino.
Al poco tiempo, los dos hombres llegaron a una montaña en cuya ladera se escuchaba un zumbido. El derviche aproximó la oreja al suelo, y tras hacer una pausa, dijo:
«Debajo de nosotros hay millones de hormigas construyendo una colonia. Ese zumbido es un pedido colectivo de ayuda. En el idioma de las hormigas significa»: «¡Ayudadnos!, ¡Ayudadnos!, Estamos excavando y nos hemos tropezado con rocas extrañas que detienen nuestro avance. ¡Ayudadnos a quitarlas de ahí!».
El derviche continuó y dijo: «¿Deberíamos detenernos a ayudar o tal vez prefieres que sigamos adelante? .
«Hormigas y rocas no son asunto nuestro hermano, tenemos objetivos más importantes, pues yo por mi parte estoy buscando al Maestro Interior.» Contestó Ibrahím.
«Como quieras», dijo el derviche… «aunque se dice que todas las cosas están relacionadas y supongo que esto no debe ser ajeno a nuestras vidas».
Ibrahím no prestó atención a lo que aquel viejo que le acompañaba decía ente dientes, así que siguieron el camino.
Pasadas unas horas, de pronto Ibrahím se dio cuenta de que había perdido su cuchillo.
«Debe habérseme caído cuando me agaché cerca del hormiguero», dijo.
Así que volvieron sobre sus pasos buscando el cuchillo. Al llegar nuevamente al hormiguero no encontraron ni rastro del mismo, pero lo que sí encontraron fue a un grupo de personas, descansando junto a una enorme pila de monedas de oro que exclamaban con júbilo:
«¡Mirad este tesoro que acabamos de desenterrar! Estábamos descansando en este lugar del camino cuando de repente, un anciano derviche, por cierto muy parecido al que te acompaña, nos dijo: Cavad en este lugar y encontraréis aquello que es roca para unos y oro para otros.»
Ibrahím maldijo su suerte. «Si hubiéramos apartado la piedra del hormiguero, tú y yo habríamos sido ricos «¡Maldita sea!»
A los pocos días de travesía, llegaron a orillas de un río. El derviche se detuvo y mientras se hallaban sentados esperando a la balsa que se disponía a cruzarlos, un pez emergió varias veces, boqueando en dirección hacia ellos.
«Este pez», dijo el derviche, «nos está enviando un mensaje que dice: Me he tragado una piedra, agarradme y dadme de comer aquella hierba», dijo el derviche señalando unas matas, «así podré vomitarla y encontrar alivio. ¡Caminantes tened piedad!»
En ese instante apareció la balsa que se disponía a cruzarlos e Ibrahím, impaciente por seguir adelante, empujó al derviche dentro de ella diciendo apresurado. «¡Crucemos! Al fin y al cabo, los peces no son asunto nuestro».
Una vez en la otra orilla, el barquero se sintió agradecido por la moneda recibida y les indicó un lugar cercano en el que podrían pasar la noche.
A la mañana siguiente y poco después del amanecer, encontraron al barquero diciendo alborozado a un grupo de personas: «En la pasada noche ha pasado una estrella por mi vida. Sucedió que al llegar la hora de retirarme a casa para descansar, aparecieron unos viajeros en la orilla solicitando mis servicios. Y aunque mi jornada de trabajo había finalizado y, además parecían pobres, me dije: Bueno, aunque sea por hacer la buena obra del día y recibir el «Baraka», decidiré ayudarles y realizar el servicio que me solicitan. Pues bien, una vez realizado el cometido, de pronto vi que un pez se había arrojado sobre unos juncos y trataba de comer una hierba curativa. Sentí compasión por él y metí la hierba en su boca. Aquel pez a continuación vomitó una piedra y se zambulló de nuevo en el agua. Ante mi sorpresa, aquel trozo de roca luminosa era un perfecto diamante de incalculable valor.
Ibrahím enfurecido le dijo al derviche: «¡Eres un demonio. Tu conocías los tres tesoros por alguna percepción oculta y, sin embargo, en ninguna ocasión me lo confesaste! ¿Es eso verdadero compañerismo?
El anciano tan sólo miró a Ibrahím y sonrió con lucidez y ternura.
En ese momento, la voz áurea de un poeta que cantaba junto al río, llegó acariciando los oídos de los dos viajeros diciendo :
Llegará un día en que tras conocer y dominar
las aguas, los vientos, las rocas y el fuego
dominaremos para la Vida
las energías del amor
Ese día habremos despertado del gran sueño
y los astros bailarán la danza sagrada
que convierte el conocimiento en consciencia
y la consciencia en amor.
Fuente: Cuentos para aprender a prender
Otros Cuentos que te pueden gustar: